Cuando llegué por primera vez al hangar objeto de la actuación principal no se me ocurrió otra cosa que ejercer de arquitecto europeo pragmático y sacar mis batallón de herramientas de medir para tener una cifra exacta de la dimensión del recinto. Bien, eso está muy bien, pero ahora no Julián, ahora no (me decía a mi mismo). Aún así, metro en una mano y medidor láser en la otra, me puse a tomar medidas con la inestimable ayuda de Ousmane (el traductor, que ya le dedicaré una entrada entera a él).
El metro metálico era algo que ya habían visto pero el medidor láser… ay el medidor laser!. Ese fino punto rojo proyectado en la pared que te da un número exacto de la distancia en una especie de movil!. Mientras, 150 artesanos tallando y tratando el cuero en el suelo con martillos, punzones y buriles. Bien Julián, bien…
Cuando me paraba a dibujar las primeras reflexiones, la expresión de la cara de muchos era digna de ver, no por lo que estaba dibujando, sino porque no están acostumbrados a que nadie les cuente nada y mucho menos lo dibujen a la vez que hablan. Algo difícil de describir con palabras. Quizá en algún momento os lo pueda explicar también a vosotros con dibujos.